Aquí están juntas entre girasoles, corazones y fotografías. Paulina Camargo, Cheli Vázquez, Serymar, Alison Gabriela, Fátima Quintana, Adriana, Mayra.Juntas y resguardadas por el vuelo de las mariposas.
Tenía 17 años cuando fui a una misa dedicada a Paulina Camargo. Recuerdo un globo blanco en el cielo y, también, que de inmediato pensé en una canción de Paté de Fuá «yo no sé porque cúpido enseña» el globo se alejaba «la desgracia de una gran pasión» ¿era una gran pasión? presuntamente él la había matado «a una niña que inocente sueña» ella era sólo dos años mayor que yo «y le tiene miedo a un ratón» todos tenemos miedo a veces pero cuando escuché que Paulina no aparecía, cuando escuché que se decía en medios de comunicación que él confesó que la había asesinado-lo sé, después desmintieron esta confesión y argumentaron que lo dijo bajo tortura- sentí una tristeza y miedo que nunca había experimentado antes.


Nunca había pensado en la posibilidad de que un ser amado pudiera dañar de esa forma. Ahora es un dolor compartido en diferentes grados y personas, una vergonzosa unión y sólo puedo pensar que me hubiera gustado conocer a Paulina y a tantas otras mujeres, de otra forma.

Han pasado nueve años, 25 de agosto. El día es caluroso, durante los domingos el zócalo de Puebla siempre es concurrido, pero es demasiado temprano para tumultos. Por ahora sólo hay algunas familias paseando. Rocío Limón, mamá de Paulina, se me acerca, nos abrazamos. Me abraza como lo hace con todos los periodistas que la han acompañado estos años. Han pasado nueve años y Paulina aún no es localizada.

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Sobre madera morada, una flor dibujada con plumón resalta a la vista. Es una flor rosa que recuerda al trazo infantil que se nos queda guardado tras el paso de los años. Sus hojas parecen alas al vuelo y sí la naturaleza estuviera humanizada, esa flor tendría una sonrisa. La madera morada es la silueta de una niña y la flor es un regalo para Paulina Camargo y su bebé. Han pasado nueve años y ninguno de los dos han sido localizados.

Alison Gabriela también era una bebé, tenía dos años. En las fotos quedaron guardados sus ojos grandes y su cabello negro en coletas. Hoy también tiene una silueta con su nombre. Corazones rojos, letras de colores «¡Te amamos y extrañamos tanto mi amor bebé! Tus tías y hermana» una mariposa con las alas abiertas cuida su memoria «¡Tu nombre no se olvida!» su nombre resuena en el cuerpo, en el viento, en el agua y en el fuego.

Pero no se necesita un nombre para ser recordada. Pienso en esta afirmación y me da vergüenza porque no debería ser así. La gente no sólo desaparece, sino que no es identificada y así puede permanecer durante años. En 2021 el Movimiento Por Nuestros Desaparecidos en México contabilizó a 52 mil personas fallecidas sin identificar. Algunas de ellas también están en las siluetas. Desconocida 18 años, un corazón con puntitos y unas cerezas, «Hermosa no te olvidamos, no eres una más».

Aquí están juntas entre girasoles, corazones y fotografías. Paulina Camargo, Cheli Vázquez, Serymar, Alison Gabriela, Fátima Quintana, Adriana, Mayra, María Fernanda Guerrero, Emma Ochoa, Sin identificar, Daniel Emiliano, Sofía Sauceda, Karen Yedrid, Vianney, Karina Yazmin Alducin, Mary Villa, Gaby Ramos, Irma Margarita Colunga, Paola, María Carmen, desconocida, Ingrid Escamilla, Ingrid Aremis. Juntas y resguardadas por el vuelo de las mariposas.

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El ruido nos interrumpe. En la calle se acercan unas personas disfrazadas de verdugo, de López Obrador, de una justicia encadenada. Son las personas, muchos jueces y magistrados, que se oponen a la reforma judicial. Vestidos de blanco, sus gritos acaparan miradas y no voltean a ver a las familias de víctimas que están en el zócalo a pesar de que para ellos trabajan. La tía de la niña Allison Gabriela, quien fue víctima de feminicidio a los 2 años de edad, toma la silueta que representa a su sobrina y una silueta para Paulina. Firme, sigilosa, se coloca a orillas del zócalo. Los manifestantes vestidos de blanco, la ven «para eso sirve el Poder Judicial», le dicen.

Se suman dos siluetas más para interpelar a los manifestantes. Ellos comienzan a responder con consignas «Para mujeres desaparecidas ¡Ámparo!» sí pero, lo sabemos, el ámparo no es sólo para las mujeres desaparecidas. Lo sabe la familia de Paulina Camargo, José María «N» se amparó y en abril fue absuelto del delito de homicidio por falta de pruebas. Lo sabe la familia de Fátima Quintana, una niña de 12 años que fue asesinada por sus vecinos, José Juan se amparó en enero para reducir su sentencia, ya se había amparado antes, ya lo habían liberado pero la sentencia fue (ratificada) y ahora nuevamente, a pesar de que la familia de Fátima ha sido agredida y amenazada, hay un amparo en proceso. Lo sabe la familia de Serymar, su ex pareja y feminicida también podría ser liberado.

Los opositores a la reforma judicial pasan al zócalo. En este espacio había calma, las chicas de la batucada pintaban algunas siluetas, dándole vida a nombres que luchan por no ser ignorados. Los cuerpos con prendas blancas las rodean «¡El poder judicial no va a caer!», los familiares de víctimas se hacen a un lado y se colocan abajo de una carpa que ellos colocaron. Las chicas de la batucada toman sus tambores «¡Yo sí soy feminista!», los opositores se trasladan, van hacia la fuente y tapan las siluetas que fueron cuidadosamente colocadas. «¡Somos los guardianes de la constitución!», las familias los miran, frente a ellos, el zócalo está vacío.

No hay palabras hacia las familias de víctimas, sin embargo, los opositores toman las siluetas, las levantan y las usan para su protesta. Quieren dejar rastro, apropiarse del espacio. Están juntos al rededor de la fuente, aun así uno de ellos se coloca con un megáfono abajo del asta bandera, lugar en el que están las siluetas que no han sido intervenidas y también lonas con el rostro de Paulina. El hombre del megáfono con una sudadera blanca que dice «Justicia» permanece ahí, un señor le señala que está pisando la lona «Es una falta de respeto», le dice.

Cuando los opositores a la reforma judicial se van, hay silencio. Rocío Limón vuelve a acomodar las siluetas al rededor de la fuente, lo hace con cariño, como se haría con los juguetes de un infante. «Me sentí vulnerada», dice. El hermano de Paulina se me acerca «todo lo tiraron, también una playera que estaba sobre una silueta, la estaban pisando». Más tarde llegan los comentarios en redes sociales «ellos también tienen derecho a protestar», sí, pero todo lo que tienen las familias de víctimas de sus seres queridos es su memoria y una vez más ellos no la respetaron.

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Una niña pequeña se queda parada frente a las siluetas, su blusa es rosa, permanece uno, dos minutos, las mira fijamente. Esa foto no la tomé se queda para las palabras. Es domingo, hay muchas infancias. Una mujer de cabello chino y su hija niña le dan vida a una silueta en los escalones de la fuente. Olga, 40 años, feminicidio. La niña sostiene el plumón y escribe un mensaje. Están rodeadas de prensa, la imagen es impactante. Ojalá se quedara sólo en una fotografía.

La imagen se repite una y otra vez, niñas y niños sosteniendo plumones pintando sobre las siluetas los nombres de mujeres que han sido víctimas de feminicidio y desaparición. Algunas de estas infancias vienen con personas solidarias, otras son hijas, sobrinas, primas y hermanas de mujeres y niñas que ya no están. Las infancias también son vulneradas.

Es domingo 25 de agosto y la gente pasea, también los niños con sus familias. Algunos preguntan «¿Mamá qué es eso?» «¿Qué hacen ahí?» siento curiosidad por la respuesta.¿Qué se le dice a un niño en estos casos?

Hace un tiempo leí el libro «Fruto» de la periodista Daniela Rea, dentro de la historia de maternidad que comparte menciona que llevó a una de sus hijas cuando era una bebé con los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Me pareció impactante pensar en la exposición a tremendo dolor a una edad tan temprana. Más tarde oí que en una entrevista le preguntaron sobre el llevar a sus hijas pequeñas a sus coberturas. Ella respondió que era por necesidad pero también porque tenía el deseo de que fueran personas empáticas y sensibles.

La necesidad se ha extendido. Las víctimas alzan la voz cada vez más fuerte. Poco a poco, el contacto de las personas con esta realidad no se reduce únicamente a los periodistas. Está tan cerca que,aunque no la vivas directamente, te la puedes encontrar de frente durante un paseo de domingo.

«Hacen esto por mujeres que no encuentran» fue una de las respuestas que escuché. Es desgarrador pensar que infancias deben saber de asesinatos y desapariciones, hechos que no deberían pasar. Pero también resulta ligeramente esperanzador pensar en la respuesta de Daniela Rea «Quiero que sean personas sensibles». Sensibilidad para mirar de frente a las familias, para saber que atrás de los nombres en siluetas hay personas. Para reconocer que las personas desaparecidas y víctimas de feminicidio están y son de todos.